El piloto Walter Nosiglia lo tenía claro, si el rally pasaba por Bolivia se inscribía si o si.
“Si pasa por Bolivia, ¡me apunto!”. Este antiguo mecánico, ahora hombre de negocios, de 51 años, decidió encarar el desafío poco probable que se había fijado probablemente sin pensárselo con calma. Hoy lo recuerda y sonríe. “Es muy difícil, ¡pero menuda aventura”. El año pasado se veía obligado a abandonar en la 10ª etapa, pero tuvo ocasión ya de experimentar el fervor inesperado que sentía su país por el Dakar.
“Este año la locura va a ser aún mayor. Me quedé muy impresionado con la llegada en Iquique: ¡había más banderas bolivianas que chilenas”. Aunque Walter sonríe y disfruta con el entusiasmo del público, también sufre en silencio. “Desde la segunda etapa compito con una fractura en una costilla y una fisura en otra. Me caí cuando iba a poca velocidad debido al cansancio y al calor. Pero así es el Dakar. Estoy tomando analgésicos: de día para pilotar y de noche para dormir”.
En Uyuni, los vítores del público serán un bálsamo para las heridas de número 283, 5º en la general a la mitad de la prueba.